Marcel Proust
Marcel Proust nació en Auteuil, Francia, el 10 de julio de 1871, en el seno de una familia acomodada; su padre, Adrien Proust era un distinguido médico, profesión que luego seguiría Roberto, su otro hijo, y de Jeanne Weil de ascendencia hebrea.
La vida de Marcel Proust es su obra ya que en ella queda reflejada exhaustivamente, sus recuerdos, sus vivencias, las personas que conoció. Podríamos afirmar sin dudarlo que su colosal obra en busca del tiempo perdido, y más tarde recobrado, es la autobiografía del escritor y no precisamente una novela múltiple, lo que nos lleva a la reflexión de que Proust no fue nunca un verdadero novelista, si por tal se entiende a una persona que escribe hechos de ficción, puesto que dedicóse a recrear su entorno más directo, eso sí, con una gran, y poética, minuciosidad.
En la obra de Marcel Proust la acción es prácticamente nula y las prolijas descripciones de objetos, paisajes e individuos, constituyen el leit motiv. Sin embargo, estas palabras no son ni crítica, o censura, del trabajo de toda una vida consagrada a la literatura, en la que Marcel “profesó” como el religioso en su monasterio, en este caso el propio hogar del escritor en donde se pasó la mayor parte de su existencia voluntariamente enclaustrado debido a su frágil salud, ya que padecía asma, enfermedad que comenzó en su infancia, concretamente a los nueve años.
Es clásica la descripción de los recuerdos que suscita en el autor el hecho de mojar una magdalena en una infusión, y este gesto tan pequeño, base primigenia de En busca del tiempo perdido, fue el que abrió un mundo de posibilidades a muchas generaciones de novelistas de la época y más todavía del futuro, haciéndoles comprender que detalles nimios pueden encerrar una gran belleza y un mágico poder de evocación, en ello radica la grandeza de Marcel Proust, quien fue pionero en una nueva forma de escribir, tal vez algo barroca, pero exquisita. Bien es verdad que sus novelas tuvo que publicárselas él mismo y que no obtuvo en vida ese reconocimiento que tanto le hubiera gustado, pero su obra, como el buen vino, ganó con el tiempo y hoy en día nos merece todo el respeto y admiración que se merece.
Proust fue un niño delicado y muy sensible, aferrado su madre y a su abuela, con una devoción enfermiza que nunca le dejó crecer del todo, ya que siempre fue el niñito amado y súper protegido de las dos mujeres de la familia. Su padre no veía con buenos ojos aquella forma de educarle y aunque pretendió ser severo con la criatura, siempre se vio desarmado ante su esposa.
Aquel mimo constante y su salud, no le impidieron por eso, estudiar en el Liceo Condorcet de París, en el que obtuvo muy buenas calificaciones, ni, más tarde hacer, en 1889, el servicio militar en el 76 regimiento de infantería, de guarnición en Orleáns.
Huelga decir que ya en la infancia comenzó a escribir, demostrando una gran sensibilidad y un excelente buen hacer. Años después, entraría a formar parte de una revista literaria, El banquete, hecha entre amigos de los tiempos estudiantiles, y en la cual le fueron publicados sus primeros artículos. La revista, salida en marzo de 1892, tuvo una vida corta de ocho ejemplares, pero cumplió con su cometido: el de darle a conocer como escritor.
Poco más tarde, se auto publica su primera obra, Los placeres y los días, que no tiene ningún éxito, cosa que le mortificó bastante.
La muerte hace aparición en su tranquila existencia, arrebatándole a su querida abuela, luego, en 1903, en noviembre, a su padre, quien falleció repentinamente, y más tarde a su adorada madre, lo que supuso para él la peor de las desgracias, y de la que no se recobró nunca.
Al quedarse solo en la vida, porque para Proust la soledad era el que su madre hubiese muerto, a Marcel no le quedaba más que una vía de escape sino quería irse él también para siempre, lo cual, por otra parte, no le hubiera disgustado demasiado, y, como era previsible, se volcó en la literatura iniciando, primero vacilante y con titubeos, su magna obra autobiográfica, que también, era una fascinante crónica de la sociedad en la que se desenvolvía. Su tiempo tan desesperadamente añorado por perdido, empezó a tomar cuerpo entre 1905 y 1912; a partir de entonces la existencia de Proust hay que buscarla en lo que escribe; no hay más
Marcel Proust fue, en opinión de cuantos le trataron, amable, servicial, encantador, un inmejorable amigo, pero también un ser excéntrico, un enfermo eterno, alguien que huía de la luz del sol y vivía de noche frecuentando entonces a sus amistades a quienes “saqueaba” extrayendo de ellas confidencias y recuerdos que luego plasmaba en su obra; todos sus personajes tienen nombres propios, encubiertos bajo otros ficticios, e incluso su homosexualidad se revela a través de personajes -Sodoma y Gomorra-, que a su vez lo eran, y en la historia de Albertine, quien en realidad fue un hombre al que Proust amó.
Sin embargo, no podemos decir de él que fuese un misógino, ya que le gustaba mucho frecuentar el trato femenino, porque, como le dijera confidencialmente a André Gide en cierta ocasión: “él siempre había amado a las mujeres de forma espiritual y sólo había conocido el amor con los hombres”.
Debido a su enfermedad crónica, falleció en París atendido por su hermano Roberto, el 18 de noviembre de 1922, hacia las cuatro de la tarde, tenía, pues cincuenta y un años, y prácticamente se había pasado los quince últimos de su vida, consagrados a la literatura.
© 2003 Estrella Cardona Gamio